La tarde agota las últimas horas del día con la misma presencia gris y lluviosa que ha mantenido desde la mañana. No es muy diferente de la sensación que me inunda desde ayer. La aceptación de la realidad vital tiene esas cosas. El tiempo no deja de ser mi asignatura pendiente.
Han pasado cosas interesantes desde la decisión de tomar mi realidad en las manos, permitirme hacer lo que puedo integrar como correcto y dejar a un lado la teoría y las ensoñaciones que terminan en nada sobre como debería ser mi vida. El acercamiento a la realidad, la puesta en marcha, la aceptación de la responsabilidad de los acontecimientos. Ya sabes, si quieres que algo suceda en tu vida, debes al menos poner lo que de tí dependa para que las circunstancias se den.
Hace tiempo que busco mi lugar. Ese punto en el tiempo y en el espacio en que te puedes permitir ser tu mismo, crecer, desarrollarte... Encontrar la orientación y el estímulo en el camino que aparece tras esa puerta que una vez abierta pocas opciones te deja de volver a ver la vida igual.
El tiempo, siempre el tiempo, la impaciencia, exceso de expectativas. Demasiadas veces me he culpado de un esfuerzo insuficiente. Al cabo me voy dando cuenta de que lo que no le pongo es tiempo.
Querer todo para ayer por la mañana es una condena a pensar demasiado pronto que no estás llegando a nada, un alimento para el desánimo y el elemento perfecto para que empieces a cuestionar si realmente vale la pena. Al final esas aguas acaban llevándote a la misma orilla de la que partiste, aunque si acaso con un cierto regusto nuevo y amargo a frustración.
Tomo conciencia de que es tiempo lo que necesito. Dejar de machacarme a mí mismo con esa impaciencia inútil y cáustica. Pero no es fácil abandonar esas antiguas creencias de mente cortoplacista. Dedicar a las cosas el tiempo que precisan, como cocinar con amor, y soltando la necesidad de resultados. Apreciar y disfrutar el proceso. Todo un aprendizaje.
Por otro lado, aunque íntimamente supongo que por el mismo motivo, trabajar el desapego y soñar la abundancia en estas primeras fases me ha acercado a la ventana de alguna brujilla buena. Yo soy más de brujas que de hadas, que le vamos a hacer...
Una hermosa persona, por dentro y por fuera. Una hermosa Mujer, así, con mayúsculas... Alguien que con todo el cariño del mundo ha puesto a mi disposición algo más que un espacio. Me ha ofrecido su propio espacio. Su casa. Su hogar. Y me ha abierto de par en par las puertas a un nuevo entorno, a una nueva vida, a un nuevo modo de compartir, de sentir, de soñar... de ser.
Debo reconocer que en mis esquemas se resiente mucho la sensación de invasión y ocupación, prejuicios que ella se encarga de espantar a la menor ocasión con esa intensa mirada suya de ojos como de aguas profundas en las que te puedes ver muy muy adentro. O a golpe de comentario sarcástico o de alguna colleja dialéctica, técnicas en las que es una auténtica experta.
Tal vez yo nunca sea capaz de hacerle llegar la intensidad de los sentimientos que me genera en gratitud, confianza, intimidad, complicidad y tantos otros que no podrían quedar calificados porque necesitaría una profundidad que las palabras hace tiempo han olvidado. También es cierto que la exploración de mi propio espacio emocional es el gran trabajo que tengo entre manos. Hasta el punto de que creo que todo esto que he escrito hoy es una forma de buscar un modo más eficaz, expresivo e intimista de que sin decirle nada, en los actos de lo cotidiano, en algún momento tenga la percepción de hasta que punto es importante para mí... De cuanto la quiero.